Recuerdo que en mi casa había una librito amarillo lleno de recetas de cocina. En la portada tenía dibujado un hombrecito que tenía sobre la cabeza un gorro de cocinero. En el pecho mostraba el logotipo de una marca de fideos. Pero casi no se hablaba de la marca dentro de ese libro. Raro, ¿o no?
Cuando mi mamá (la única que cocinaba en casa porque mis hermanos , mi papá y yo lo hacíamos pésimo) abría la guía no lo hacía para buscar ofertas de esa marca de fideos, ni para buscar la dirección de una tienda de pastas ni para recortar un cupón de compra ni nada que tuviera que ver con un asunto de compra y venta de alimentos. Simplemente lo hacía para buscar recetas de cocina.
Es cierto que en las recetas que involucraban tallarines o masa de lasaña, se mencionaba, entre los ingredientes, tal o cual producto de la marca en cuestión. Pero eso, que podría considerarse publicidad encubierta, no era el propósito principal del librito. ¿Cuál era entonces? El más inocente y obvio de todos: Ser un recetario. Estar siempre en la cocina. Ayudar al que cocinba. De hecho la gran mayoría de recetas no tenía nada que ver con pastas pero había un propósito comercial detrás del librio. No es vender. Si no posicionar a la marca de fideos como algo «útil», «conocido», «que piensa en sus consumidores». Es difícil saber si la Guía Nicolini (así se llamaba) ayudó a la conocida fábrica de fideos a vender más. Pero hizo su nombre inolvidable y la llenó de simpatías en la casa.
Pues bien, ese recetario es un estupendo ejemplo de marketing de contenidos de la era pre-internet.
¿Y todo eso a qué viene?
Para eso sirve el márketing de contenidos. Para posicionar una marca, hacer que luzca cercana, confiable, útil, relevante.
Ahora, ¿se imaginan ustedes lo que hubiera podido hacer el departamento de marketing de Nicolini si ese recetario de papel hubiera incluido un botón (sí, como un aparato eléctrico) que el usuario pudiera oprimir para «hacer consultas» a un experto sobre tal receta u otra? U otro «botón» para pregintar si había promociones especiales para los usuariosde la guía? O un «buzón de correo» a donde llegaran, una vez al mes, invitaciones para asistir a clases magistrales de cocina en vivo con un cheff famoso (invitaciones exclusivas para los que tengan el recetario) en donde se regalarían productos de la marca? Y te imaginas si tuvieras un registro estadístico de a qué clientes les interesa tal o cual promoción o tema, y a cuáles no? Bueno, evidentemente los libros de antes no tenían botones, ni herramientas de estadística. Pero todo eso es lo que habría pasado con la Guía Nicolini si hubiera estado «conectada» a internet.
Lo que el contenido puede hacer por ti
Y ese es el tipo de cosas que se pueden hacer hoy con una marca. Producir contenidos (tu recetario o algo que todos tus clientes potenciales quisieran tener) y utilizarlo como vehículo de contacto, de engagment, con tus consumidores. Una forma de fidelizarlos, de hacerlos «embajadores de tu marca» y de vender más y mejor.
Para hacer uso del marketing de contenidos en la era digital no es necesario invertir en imprimir recetarios y mucho menos en mandar a fabricar un libro mágico con botones. Ni siquiera tienes que producir una app móvil. Basta con tener un buen plan que te permita construir el perfil de tu cliente-potencial en internet, usar de manera inteligente los recursos que te ofrece la web (redes sociales, landing pages, blogs…), trazar una estrategia de acción, producir los contenidos adecuados (¿infografías? ¿videos? ¿tips y consejos?) y empezar a medir los resultados, para saber qué funciona y qué no funciona tan bien y volver a repetir la estrategia.
Y claro, si quieres el método corto, me puedes contactar directamente para hacerlo por ti 🙂